A veces, suceden cosas que a la razón le cuesta comprender. Al menos a la primera.
Digamos que en los pasados cuarenta y tantos días, un accidente, reacomodó mi vida. Puso un orden que no sabía debía regresar. Hizo limpieza exhaustiva de rara manera. Digo, caerte de una planta alta a la planta baja para que tu vida cambie el rumbo no es precisamente romántico o políticamente correcto.
Yo que creo que las cosas – accidentes, enfermedades, padecimientos y similares – provienen de las emociones, mi caída se origina de la falta de seguridad o que sentía para dar ‘el siguiente paso’. Digo, caerte en menos de 10 días 3 veces y todas las veces originadas por mi pierna izquierda, el lado izquierdo del cuerpo es el que recibe la energía del Universo, seguro significaba algo…
La cosa es que… Estos días han sido todo un sube y baja, un Carrusel dijera una parte de mi… Y digo ‘Carrusel’ porque para ser honestos, los ‘Carruseles’ nunca me han gustado, me espantaban un poco de pequeña. Hay días en los que sonreír es tan natural y otros en los que respirar es parte de un milagro caray… Oh si… Aposté y perdí.
Si, uno nunca pierde, buena esa eh Nash. Sin embargo al final del día, en este en especial, asumir que corriste el riesgo, que hiciste todo –aunque no lo crean- y más para que las cosas marchasen como se suponía debían marchar, duele más que un puñal oxidado clavado a mansalva en el pecho.
Y duele no porque ‘haya perdido’, no. Duele porque uno siempre supo que eso jamás prosperaría. Duele todo aquello que permitiste, que hiciste, que diste. Duele todo aquello que cediste y que perdiste. Duele saber que estuviste con todito lo que eres y más. Darte cuenta a los cuarenta y tantos días que tú no perdiste nada simplemente porque nunca tuviste nada. En cambio, a ti siempre te tuvieron y cada día, te siguen perdiendo un poco más.
Eso de terminar una relación y al otro día empezar otra, tiene altos costos, oh si. Lo curioso es que algo así me sucedía a mi. Digamos que durante cinco años, salía de unos brazos a otros. Involuntariamente pero… Jamás me había quedado a deber. Jamás.
Lo más difícil de estos cuarenta y tantos días, no ha sido sonreír a pesar de no estar bien. Tampoco ha sido la falta de apetito, de ganas de dormir, las constantes pesadillas que me invitan a no dormir. Tampoco ha sido el dolor físico. Ni mucho menos, haberlo perdido. Tampoco la inutilidad que me profirió el accidente. Lo más difícil de estos cuarenta y tantos días ha sido asumir que fui una especie de‘amor de salvación’ y tú, todo aquello que me negaba anhelar hecho realidad.
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